Carta a David
Puedo despertar y desear que todas las mañanas sean esa mañana. [7- 8- 9 -6] Los besos que no quise, los pequeños celos. Siempre al final: tu alma, mi alma. Eres lo latente, toda la calma. Doblar una hoja, pliega, el avión, no volaba. Mi niño grande, mi amor eterno. Podría gastarme toda en un caminar perpetuo sí tuviera la certeza de tu tiempo, pero esta es la vida cariño, tú creces y yo menguo. Duele la distancia. Bastaría tu único hoyuelo para darme la gracia, estar excelsa de belleza, de paz. Te veo en el silencio, callando, callando, cayendo. Toco el minutero y le giro a la izquierda imaginando que te tengo pequeño, que nos tenemos pequeños, te apretaría más fuerte, sería mejor compañera pero se van los días iguales sin escucharte. Te encuentro hombre, cada regreso más hombre. No es angustia es ambrosía. Sé que te tendré siempre, sólo que pesa sentirte ajeno. Soy una mujer celosa. Ardoroso es cada beso, cada adiós, cada te quiero. He venido para amarte, para tejerte todos los sueños, para enseñarte y ya lo sabes, no en vano reitero: que soy la tuya, la única tuya. Ningún otro me tendrá más dueño. Tendré todos mis años para hacerte los aviones y barquitos de hoja de cuaderno. Al final, siempre al final... tú: mi alma. El amado. Mi hombre-sueño.
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