Y Raquel escribió, y Raquel
intentó escribir. Dejó papel y lápiz, un sorbo al café recalentado, volvió a
intentar, no pudo, apagó la televisión, cuando el zumbido del off se confundió
con el silencio se reconoció en la pantalla gris y convexa, un rayo de luz casi
hilo le hizo de telón, hace mucho no se miraba en el espejo, la última vez fue
recogiendo los pedacitos que quedaron de la rabieta de Ruth en el baño. En un
apartamento tan pequeño y tan al centro de la ciudad sólo un espejo. Ahora el
televisor. Le recordaba cuando miraba a Ruth a los ojos y fingiendo escucharla
para perderse en la negrísima pupila, sin que se diera cuenta la ignoraba, tan
presente tan lejana, se miraba en la distancia, dentro de Ruth. Pero este
reflejo era otra cosa, detalló su mal corte de cabello a lo Liza Minelli en
Cabaret, concluyó que ese piquito sólo se vería autentico en el cine y no en
una cara tan larga, tan equina, tan sosa como la suya. Fue a la cocina, tomó
las tijeras rojas de punta redonda, las que no cambiaba desde la escuela, se
sentó de nuevo frente al televisor y adiós pico. Se reviso. -"Perfecto
ahora parezco de Star Trek". Una mirada a su mano izquierda, entre pulgar
e índice apretado: sus pelitos, pensó en anexarlos a la carta aún no escrita,
se contuvo al pensar lo clichétudo y patético que se tornaría el asunto, además
tampoco le resultaba doloroso cortarse el cabello. ¿Qué caso tenía?. Olió su
cabello y confirmó que hasta ella había adquirido el aroma de ese apartamento,
odiaba ese apartamento, odiaba todo lo que había pasado en ese apartamento, que
a decir verdad no era nada, por eso lo odiaba, pero lo que odiaba más aún era
que hasta esa tarde había decidido irse y tratando de despedirse todavía no le
salía la primera palabra. La escribía no
por deseo, mejor formalismo, quizás no ser tan abrupta. Podría decirse que
Raquel era poco romántica, abrazaba poco, pero eso sí sonreía mucho, mostraba
sin vergüenza aquel diente partido haciendo pensar a sus vecinos en alguna
pelea pasada. Sí, era violenta pero ese trocito de diente se fue en un rompe-muelas
cuando niña. Le debilitaba el azúcar, pero no soportaba a las personas
melosas. Le debilitaba la voz de una negra en la radio, cantando como sí el
alma tuviera cuerdas. Le debilitaba… poco le debilitaba, o eso parecía
demostrar. No se puede decir que Raquel era una mujer poco convencional,
tampoco lo contrario, simplemente había dado tumbos hasta llegar a este
momento: frente al televisor oliendo un cachito de su cabello. Raquel estaba
decidida, dejó por ahí sus pensamientos, su reflejo y su cabello, de arrebato tomo
la hoja, el lápiz, se obligó a escribir: “Adiós”.
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