jueves, 1 de mayo de 2014

Dora

Tarde caliente, guayacán de flores en las raíces, la puerta abierta de par en par, yo en las escaleras sentada y la perra conmigo, ambas miramos a la nada. Miro el jardín, la flor del cayeno se va cerrando, viene la noche, viene la sinfónica de la abuela: el puchero que herve, las arepas que amasa, el chocolate que se le riega, porque nunca pudo hacer uno sin que quedara en el fogón una taza. Se sienta, nos sentamos, acaricio a la perra, oré niña, me dice, oré y agradezca, no se precipitó y yo soy más rápida, ya tengo hasta los premolares la arepa, excepto el incisivo, que se me cayó ayer jugando cuerda. Ella me dijo que anoche el ratón me dejó el par de pesos, yo sé que no, yo soy más rápida, yo sé que fue ella; pero no le digo nada porque sé que ambas nos gusta el sabor de esas mentiras, aunque mentir esta mal pero se puede curar con las oraciones después de la cena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario