jueves, 1 de diciembre de 2016

Cajita de música


Ayer viajé en el tiempo, nadie lo creerá pero viajé en el tiempo con un objeto tan ridículo que nadie me creerá. Verán, tengo cierta fascinación por pasar alguna que otra tarde explorando anaqueles polvorientos, abstraída del tiempo, del ruido, de las personas, de la realidad. Mi propio agujero de gusano. E incluso a veces me encuentro hablando sola. El caso es que ayer, me encontraba una de estas expediciones solitarias, tratando de hallar objetos únicos, husmeando cada rincón, parecida más a un ratón en un laberinto de mercancía china que a una compradora sensata, enamorándome de cosas inútiles: una taza naranja gigante, para servirme tés gigantes, canastillas vintage, alcancías con contadores de monedas, en fin. Entré al pasillo de relojes, estantes de cuatro o cinco metros repletos de cajas y mostrarios de todo tipo de relojes: de pared, despertadores, digitales, análogos, dentro de objetos inusuales, algunos con los cristales rotos debido a la travesía interoceánica. Encontré una pequeña maquina de coser con reloj incrustado, una torre Eiffle y a su lado un pianito de cola blanco, con tapa de cristal, abrí su diminuta cajita de resonancia y de inmediato empezó a sonar la cancioncilla, no estoy segura si era claro de luna, alguien que sepa de música o de cajas de música seguro sabrá, yo no, yo sólo escuchaba y veía a la pequeñísima bailarina de ballet girando en su propio eje, sobre la parte interna del piano, y el piano sobre mis manos grises del polvo, y de nuevo mi propio agujero de gusano. De niña, cuando visitaba a mi abuela y ella se descuidaba haciendo algún que hacer en la cocina o tomaba alguna siesta en la mecedora o en su cama, me gustaba entrar a hurtadillas a su habitación como si fuera una detective a punto de encontrar algo increíble. Casi no entraba la luz, recuerdo, y me causaba tanta fascinación su estantería de madera con puerta de cristal o su clóset; adentro guardaba un sin número de porcelanas, escondidas del mundo, como si ella fuera la única que pudiera admirar la belleza de los dos gatos blancos abrazados, o la mano blanquísima, o el busto para vela de su santísima virgen, o el juego de copas de todos los tamaños que nunca, nunca usó, o el doctor José Gregorio, que a veces era protagonista de historias junto con mis barbies, el asunto es que no existía cosa que me cautivara más que su cajita de música, no era un piano, no, era una vitrola bonsái con corneta, plato, el acetato de tamaño de una moneda, también tenía una bailarina que giraba en su propio eje junto a la misma cancioncilla, yo la tomaba con mis manitos pegajosas de jugar y ensuciarme con todo, la tomaba con la mayor delicadeza para no averiarla, porque de verdad me gustaba mucho y también tenía mucho miedo de que ella se diera cuenta y me regañara. Podía pasar horas en ese cuarto de cortinas sin correr, mirando la bailarina girar y girar. A veces creo que ella se daba cuenta, pero como me veía tan quieta supongo que se alegraba. Me encantaban sus cosas, su cuarto, su casa, me gustaba muchisímo estar con ella, aunque no estuviera, aunque durmiera, aunque sintiera que no estaba estando, abstaída del tiempo, del ruido, de las personas, de la realidad. Tal como ayer, ella había hallado una forma de encontrarme catorce o dieciséis años después, y sin importar que fuera la misma caja de música, estando yo tan quieta y callada, más por el hábito de la soledad o el silencio que nos invade al crecer y convertirnos en adultos, estaba allí sin estarlo, aunque ya durmiera, aunque hace mucho no la visitara, y en ese fugaz momento de conciencia y amor absoluto recordé su última visita; aún creo que los sueños nos reunen de vez en vez, y hacía ya casi una semana que la había soñado con su pelo corto teñido de café claro, con todos sus dientes y sus brazos gordos abrazándome, como cuando era niña, sin decirnos nada. Aún no sé por qué en tan breve espacio de tiempo me ha visitado ya dos veces, la verdad no me importa la razón, quizá me ha visto taciturna y bueno, no hay seres más sensibles y prácticos, con un sexto sentido para curar las dolencias del corazón como las mamás, ella: mi mamá al cuadrado. Ayer viajé en el tiempo, o quizás no, tal vez ayer tuve uno de esos increíbles y escasos momentos de lucidez, donde se esta realmente presente, realmente despierto, donde se vence el estigma de la muerte y el miedo, donde el corazón y el alma se vuelven sentido, donde trasgrediendo todo lo "sensato" ella y yo nos pudimos encontrar de la forma más natural, tomando como excusa un cajita musical.

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