"Querida Leda:
Ya no puedo recordar. A veces
pienso que mis viajes, mi vida nómada me ha vuelto tan ajena a todo, no me
reconozco en nada, en nadie. ¿Cuántos años tenemos ya sin vernos? ¿Tal vez
quince? Sé que aún estas enojada por mi ausencia en el funeral de mamá. Sé que
no creíste nada de lo que te escribí en aquella carta, nada fue cierto. Nunca
pude engañarte. Esto se ha vuelto una enfermedad, el día que me llamaste contándome
que ella se había ido tuve suficiente, tú hablabas de no sé cuantos días de agonía
en cama y yo trataba de recordar el color de los ojos de mamá, ¿eran verdes?, no, ¿grises?, tampoco, ¿negros?,
no pude recordar siquiera si eran claros u oscuros; y tu seguías hablando del
sin número de médicos que la atendieron y del gesto solemne que tenía su rostro
cuando murió. En ese momento me tapé la boca para ahogar la carcajada, mamá había
fruncido tanto el ceño durante toda la vida que realmente dudaba que los músculos
de su difunta cara pudieran relajarse después de la muerte para develar un
gesto sosiego, es más también llegué a pensar que no recordaba sus ojos porque
nunca tuve la valentía de mirarlos fijos, de verdad le temía. No, eso no era
cierto, yo la había visto a través del cerrojo de su cuarto en la casa vieja,
yo la espié muchas noches mientras se enmarcaba los ojos con un lapicito negro justo
antes de verse con don Pascual, esas semanas en que papá estaba en las
algodoneras, de lo que él llamaba el caribe seco. Así que si no podía recordar
los ojos de doña Humbelina es porque sencillamente mi corazón no quería y por más
que lo intentara no lograría llorarla. Créeme Leda te evité una vergüenza, no
hay peor entierro que aquel donde no lloran al muerto, ¿te imaginas lo que
hubiesen dicho las tías rezanderas que aún sobreviven de ver que la hija menor
de Humbelina anda por ahí sin ningún tipo de suplicio con los labios pintados
de rojo ò fucsia ò uva fumando cigarrillos para pasar el tiempo?... "
CONTINUARÀ
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